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LOS CRUCES
LOS VISLUMBRES
LA PSIQUE
HISTORIAS

Fernando Gálvez de Aguinaga

Antonio Calera Grobet

Fernando Gálvez de Aguinaga

Antonio Calera Grobet

Paulina I. Valencia

CarlosAranda Marquez

Jorge Pech Casanova

Jorge Pech Casanova

Viaje alrededor de los mundos de Luzardo 

 

 

 

 

 

La obra de Pablo Luzardo muestra una exploración congruente y sistemática a lo largo de toda su trayectoria: por un lado, en la mayoría de sus pinturas y grabados, encontramos personajes y animales plasmados en   paisajes o parajes que parecen ajenos a ellos, generando así una imagen fantástica y hasta podríamos decir, algo surrealista. No se trata de un surrealismo de corte automático y anárquico en su desarrollo plástico, con dosis de azar, como lo serían el de Wolfgang Paalen o el de Max Ernst, sino más bien de un surrealismo controlado, más cercano a las propuestas de Magrite o de Remedios Varo. En segundo término, quisiera subrayar el hecho de la fuerte importancia que adjudica este artista a sus títulos, mismos que a menudo manejan una fuerte carga de humor. Los títulos son determinantes para comprender   a fondo muchas de las obras de este creador, nos proporcionan la bisagra para poder empujar la puerta hacia el cabal entendimiento de las pinturas. Volviendo al postsurrealismo que plantea este creador, su postura puede tener que ver, más que con voltear hacia el pasado y propuestas de aquella vanguardia parisina, con el hecho de que hoy día vivimos un mundo saturado de imágenes muchas de las cuales manejan estéticas híbridas. Una herramienta como la computadora y programas como photoshop , han generado una forma de ver en que las realidades se mezclan y combinan, influenciando en campos tan diversos como la publicidad, el arte y los videoclips. 

 

    Los fondos, los escenarios donde deambulan los seres animalescos o humanos de Luzardo, pueden dividirse en dos: en ocasiones, desarrolla paisajes, pero en las más de las veces, sus espacios son eminentemente pictóricos. Pongamos un ejemplo elocuente en el cual se mezclan ambas tendencias, me refiero al cuadro de 1998 titulado Elefante en el Jardín de la vecina , acrílico en el cual podemos ver cómo la sábana en el tendedero de la vecina se convierte en el cielo y también en una especie de pantalla cinematográfico en la cual se proyecta de forma verista la presencia de un paquidermo. En ese mimo trabajo, la tierra parece un sueño mohoso, conformado por tonalidades ocres, ambarinas y verdes, mismas que gracias al celaje superior de luz ámbar, generan una atmósfera de una radiante calidez que encapsula la escena. Ahí, en esa capacidad reiterada por generar visiones que parecen emerger del mundo onírico, radica el ancla más poderosa que Luzardo tiene con los viejos surrealistas. 

 

   Apenas un año después que la obra que acabamos de describir, surge Vampiro , inquietante obra en la que vemos a un niño, quizá sonámbulo, que mea entre nebulosas y trazos que parecieran hechos con sangre y un paisaje anodino, indeterminado, donde apenas se sugiere la silueta de un tronco, arquitecturas que no acaban por consolidarse, y refracciones de luz arco de sus orines en mitad de la noche o un ser que no vemos en la composición y que obliga al pequeño a mear de miedo? Pueden ser las dos opciones, pues a los infantes les produce terror o angustia ver a un amiguito o un primo o hermano que se levanta como zombie en la madrugada porque es sonámbulo, lo que pudo originar el apodo del niño que vemos en la tela. Y es que muchos de los mecanismos humorísticos y hasta fantásticos del imaginario de Luzardo, parecieran apelar a una forma de entendimiento propia de la niñez, una especie de búsqueda en esos resortes de la edad temprana, en sus formas de imaginación y visión del mundo. 

 

   En la misma tónica pero sin tanta fuerza encontramos un trabajo también de 1999, intitulado como Aparición , el cual nos presenta un muro urbano, de mosaicos baratos y con señales callejeras, en cuya superficie vemos aparecer una de las bestias preferidas de Luzardo: un toro.   La obra no es tan efectiva porque en ella pareciera patente una fuerte influencia de Rafael Cauduro. Sin embargo, hay que recordar que Leonardo Da Vinci, en su célebre nota incluida en sus cuadernos y que parecía formar parte de un gran tratado de pintura que nunca llegó a publicar en vida: "No puedo dejar de incluir entre estos preceptos una nueva y especulativa invención que, si bien parece mezquina y casi ridícula, es, sin duda, muy útil para estimular al ingenio para varias invenciones. Es la siguiente: si observas algunos muros sucios de manchas o construidos con piedras dispares y te das a inventar escenas, allí podrás ver la imagen de distintos paisajes, hermoseados con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, grandes valles y colinas de todas clases. Y aún, verás batallas y figuras agitadas o rostros de extraño aspecto, y vestidos e infinitas cosas que podrías traducir a su íntegra forma." Hasta ahí la cita del gran Leonardo, que pareciera ser herramienta constante en la forma de idear e imaginar de Luzardo, puesto que como la impronta del toro sobre esa pared citadina, suele plantear animales que nacen del oxido, del salitre, de la herrumbre o lo descarapelado. He dicho que la obra que me lleva a estas conclusiones no me parece tan atinada, puesto que delta todavía las influencias del pintor, sin embargo, por esas mismas fechas Luzardo realiza un trabajo en verdad contundente llamado Toro en el metro de Nueva York , una potente evolución de la obra anterior, donde ya no hay rastro de la sombra de Cauduro. El pintor afirma su estilo y su apuesta por estas imágenes atrapadas en la dicotomía entre la realidad y lo fantástico se resuelve de manera magistral, haciendo que ese animal que corre entre los andenes parezca uno de esos sueños que de tan realistas nos hacen dudar si estamos dormidos o si en verdad, la bestia con cornamenta nos embestirá, nos arrojará   hacia las vías del tren, o cometerá una masacre en los vagones. 

 

    Desde hace años, cuando curé una exposición colectiva en que participó Luzardo, me pareció una pieza muy lograda Insomnio (2001). La metáfora visual no podría ser más lograda: un hombre vestido con pijama blanca, sentado en posición de flor de loto sobre la claridad de las sábanas, en una habitación totalmente vacía, en una atmósfera aséptica de luz artificial que lastima la mirada, aparece enjaulado entre los tentáculos gigantes de un descomunal y monstruoso pulpo. El pulpo, configurado con tinta oscura como la que es propia de este animal, contrasta con todo aquel mundo en límpido blanco. Insisto, la metáfora visual es de un acierto imbatible, pareciera un verso de algún poeta maldito, pareciera la definición más lograda de esas horas en que a pesar del cansancio no podemos conciliar el sueño y la vigilia va transformándose en una angustiosa jaula mental, una jaula viva y que nos devora las entrañas.   De entre las obras artísticas que recuerdo, solamente podría equipararla con la tremebunda araña escultórica de la gran creadora Louise Bourgeois, esa maestra en bucear los submundos de la psique humana. 

 

   Una obra que extrañamente es presentada sin título en el año 2002, donde una mujer aparece entre verdaderos oleajes pictóricos, nos muestra otro vínculo digno de mencionarse, y este es con la obra del austriaco Gustav Klimt, quien en su decorativismo propio del movimiento de la seseción vienesa, mismo que él encabezaba, convierte lo decorativo en francas poetizaciones abstractas para expresar sensaciones eróticas en diversas obras. Más en este caso no existe la influencia que domina al influenciado, sino el mero interés que desemboca en apuestas con la misma intención pero con distinta resolución. 

 

Luzardo vive en Oaxaca desde hace ocho años, pero nunca se ha dejado influir ni por las temáticas ni por las técnicas arenadas de la escuela oaxaqueña. Si acaso, se nutre de algunos elementos de tres de sus contemporáneos. De Guillermo Olguín ha tomado la sensualidad de los zanates para insertarlos en alguna obra gráfica, de Damián Flores ha aprendido ciertas texturas de cartel desgastado en un muro y   a Juan Graf, uno de sus mejores amigos,   lo vincula su interés por la tensión existente entre espacio pictórico y escena central, aunque sus obras son muy distintas a la hora de resolver este dilema. 

 

     Pero volvamos a una tela que recoge las maneras imaginativas de la infancia: ahí va un diminuto camión avanzando entre la inmensidad pictórica, la descomunalidad del paisaje hace pensar en esa forma de ver de los niños que todo lo agranda, que todo le parece extremo y sin embargo creíble, aunque también pudiese ser una metáfora del hombre y sus máquinas, tan pequeños, a pesar de todo, ante la inmensidad de la naturaleza.   En ese sentido, Elefante (2001), en que un paquidermo aparece bajo una inmensa ola, pareciera una premonición inquietante del atroz tsunami. 

 

    A partir de 2005, muchas imágenes parecen como oxidadas, como si hubiesen ido pintadas sobre una lámina de metal herrumbrado. Luna llena (2006), explica por sí misma a lo que me refiero: un inmenso y esférico tinaco industrial domina el paisaje del cuadro, el óxido de esa gran bola se trasmina a toda la composición, el espacio, los postes escurren materia oxidada, como si la gran y desgastada bola de metal iluminase con sus pústulas ocres la tela. También sucede algo similar en la corrosiva 200años después , pintada en el bicentenario de Benito Juárez, año en que se dio la gran rebelión oaxaqueña, pues los políticos habían vaciado de todo sentido el ideario del liberal más importante de la historia de México, el indio presidente, cuya faz se ve desgastada y manchada por el accionar de los políticos profesionales de cualquier signo, quienes lo citan pero no llenan las palabras del prócer con actos que les den sentido. Del mismo convulsivo 2006, es Barricada (2006), en la que una muchacha brinca con libertad por las calles cerradas al tránsito vehicular. Esa fue la gran paradoja del movimiento de la APPO: para liberar la ciudad de Oaxaca hubo que cerrarla, ante el embate de los comandos paramilitares de la muerte, que asesinaban a los ciudadanos rebeldes por las noches. Dicha pieza fue exhibida en una exposición en el Pasaguero , espacio de la fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México. 

 

 

   Para finalizar, me referiré a que Luzardo hace constante homenaje a su materia misma de trabajo, es por ello que sus "paisajes" son a menudo machas, meros brochazos intrincados, evidentes texturas pictóricas que no buscan esconder su naturaleza de cosa pintada para adquirir el símil de otras materias y conformar un paisaje realista. Con ello, el artista parece declarar en forma de manifiesto puesto en acción: mi mundo está en esos espacios que se extienden entre pinceladas, las manchas de acrílico, tinta, óleo o acuarela, son los territorios, los planetas en que deambulan mis amores y mi zoología personal, mis arquitecturas que colecciono en la calle, los vehículos con los que me atravieso, y que luego aterrizan, aquí, en el universo de la tela pintada.      

 

                                                       Fernando Gálvez de Aguinaga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los cruces de caminos de Pablo Luzardo 

 

 

 

Para el pintor Pablo Luzardo la realidad es como un cruce de caminos, un constante empalme de realidades. La mayoría de estos cuadros están construidos a partir de esa certeza, es decir, un perro recostado, es mucho más que un mamífero durmiendo, en realidad, para quien observa al canino dormir, surgen una serie de evocaciones, asociaciones y recuerdos, que además se cruzan con los sonidos que circundan la escena, con los olores presentes en ese instante y con un conjunto   de sensaciones que a   su vez vienen cargados de más materia de la memoria   y las sensibilidad. Esta preocupación central en los trabajos del artista, casi siempre es abordada con un toque   crítico para con la realidad de parte de Luzardo, pero esa crítica a la realidad se hace de una forma amable, pues su vehículo es el humor. No es que estemos ante alguien que haga caricaturas de la realidad ni mucho menos, pues sus formas no caen en hacer grotescos los rasgos de los animales o las personas para mofarse de ellos, más bien, estamos ante un artista que con base en asociaciones de imágenes, colores y definitivamente en la elección de los títulos de sus obras, se ríe un poco con el mundo, más que reírse de él. 

 

     El cuadro que sirvió de imagen para la invitación y cartel de esta exposición es muestra clara de lo que he venido planteando, y quizá también es la obra más lograda del conjunto que aquí se muestra. Se trata de Papando Moscas , un trabajo realizado en tonos grises, negros y blancos, donde precisamente un perro recostado espanta con la cola a pequeños satélites artificiales que lo circundan. El pintor pareciera encarnar a lo terrestre y a la naturaleza en este animal doméstico que parece harto del asedio de la tecnología; una forma fresca de condenar los exceso tecnológicos de nuestra especie que nos están llevando a la destrucción del planeta.    Pero la obra funciona además en la resolución plástica, pues esas texturas peinadas en curvas que recorren la superficie del cuadro, parecen un eco formal del movimiento de la cola del canino. Se trata de uno de los trabajos más recientes del creador y tanto por la contención cromática como por la solución compositiva y la fuerza del mensaje, hablan de un estilo que indudablemente ha llegado a una madurez creativa. 

 

    Un trabajo vinculado a la realidad social sería Radio Plantón , nombre que tuvo una de las radios centrales del alzamiento popular que se vivió en Oaxaca en el año 2006. Como habitante de la capital oaxaqueña, Pablo vivió en carne propia la compleja situación que se vivió durante meses, y al convertir el jiote de un maguey en una antena de radio, convirtió en una metáfora jocosa el nombre de aquella estación radiofónica, pero también hizo una metáfora de lo arraigado que estuvo el movimiento en aquella entidad sureña, pues los magueyes o agaves son de las plantas autóctonas   más apreciadas, pues de ellas se extrae el famoso mezcal. De hecho, otro cuadro que se llama Valle Central , evocando precisamente al valle donde se asienta Oaxaca, lo construyo el pintor en un formato apaisado en el que en primer plano aparecen unos magueyes y el paisaje va bajando en declive hacia el valle, en tonos azules y verdosos que se mezclan con los ocres, haciendo una poetización del paisaje en que la tierra pareciera un trozo de cielo y los magueyes estrellas vegetales.   A simple vista el cuadro es simplemente un paisaje, pero la poética se encuentra en sus tonalidades y su ángulo compositivo.     

 

     Una vertiente extrema de la mezcla de realidades, es aquella que practica en cuadros como Tláloc o El Capricho de Nefertiti , en los cuales mezcla iconografía de deidades clásicas de alguna cultura antigua, con imágenes plenamente actuales. En   Tláloc , la mitad inferior del cuadro está dominada por una imagen del dios azteca tomada de un códice, en la parte superior, una lancha de motor flota sobre la superficie de un lago. Resulta inevitable recordar aquel relato que Carlos Fuentes incluyó en Los días enmascarados , su primer libro de cuentos, en el cual una figurilla de Tláloc escondida en el sótano de una casa va apoderándose con sus humedades poco a poco de la morada, hasta cobrar vida. Si a Fuentes le interesaba señalar cómo   la cultura prehispánica va transminando poco a poco hacia el México que creemos moderno y que ya enterró ese pasado, a Luzardo pareciera interesarle el mensaje de las fuerzas ocultas de la naturaleza que poco a poco están trastocando nuestra vida actual y que las culturas antiguas deificaron para no hacerlas enojar.   En cambio, en el otro cuadro llamado El capricho de Nefertiti , lo que parece hacer Luzardo es una broma pictórica, aludiendo a las hermosas mujeres que los hombres endiosamos pero que nos ponen en aprietos cuando empiezan a soñar con un coche nuevo. No sé, quizá podamos interpretar de muchas otras formas este empalme de realidades, pero es que cada quien que mire, hará su propia asociación de evocaciones, cada cual estará parado frente a sus propios cruces de caminos.

   Para finalizar, me referiré a que Luzardo hace constante homenaje a su materia misma de trabajo, es por ello que sus "paisajes" son a menudo machas, meros brochazos intrincados, evidentes texturas pictóricas que no buscan esconder su naturaleza de cosa pintada para adquirir el símil de otras materias y conformar un paisaje realista. Con ello, el artista parece declarar en forma de manifiesto puesto en acción: mi mundo está en esos espacios que se extienden entre pinceladas, las manchas de acrílico, tinta, óleo o acuarela, son los territorios, los planetas en que deambulan mis amores y mi zoología personal, mis arquitecturas que colecciono en la calle, los vehículos con los que me atravieso, y que luego aterrizan, aquí, en el universo de la tela pintada.      

 

                                                       Fernando Gálvez de Aguinaga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Los vislumbres de Pablo Luzardo 

Antonio Calera Grobet

 

 

 

 

 

"Por un instante, a veces, vemos

--no con los ojos: con el pensamiento--

al tiempo reposar en una pausa.

El mundo se entreabre y vislumbramos

el reino inmaculado

las formas puras, las presencias

inmóviles flotando

sobre la hora, río detenido:

la verdad, la hermosura, los número, la idea".

Octavio paz

 

En un ambiente complejamente arraigado, cerrado y proclive a la mímesis entre sus artistas coetáneos, la obra de Pablo Luzardo (México, 1969) representa un nutritivo deslinde digno de subrayarse. Lejos de la hemofilia temática o referencial que pudiera estar hiriendo a los artistas descendientes de ese enormesurtidor oaxaqueño, huidizo también a la selección material con que algunos han querido emparentarse a no pocos valores de aquella genealogía, Luzardo finca sus terrenos en una especie de concha o retícula independiente, que lo signa como una voz particular.

Habiendo compactado de antemano la tesitura que conformará el hábitat de su artificio ---ejercicio intelectual por antonomasia---, parapetado en su céluda, en un mundo regido por sus propias leyes, Luzardo no tiene más que deshebrar las historias que provengan de su propio cauce imaginativo: en un acto por demás egoísta, a la manera de un soliloquio puro que en su presente distingue y decanta la aparición de devaneos inútiles, el cuerpo es entonces el mecanismo designado para figurar, rítmicamente, el fluido que aparece.

Como si fuera necesaria una calidad anexa, esa rueca descrita que extrae paulatinamente del manantial las formas y su sentido ---como una búsquedad del golpe frontal. Sensible al acto amoroso del que crea, no es la fuerza el emblema de Luzardo sino la sutileza: a través de sus herramientas el autor, sabiéndose comandante de un universo sugerido, apenas susurra a la tela las historias o secretos inventados.

Dotado de una virtuosa capacidad técnica, Luzardo se vierte con cuidado frente a las telas. En sus vastos continentes, a partir de un vocabulario plástico de lo más variado, se figura un mundo distante, apenas vislumbrado: el desnudo grácil, la mujer bailarina en estado de gracia, el toro y su beleza, representaciones todas que semejan en contraste atadas a un halo de mistisismo enrarecido: volátiles, como narradas en piezas fantásticas, la imágenes de Luzardo son también un rastreo por el mundo de la figuración abstracta: volutas, giros, deliberaciones de color que son a su vez tentátucos de calamar, tenazas de cangrejo mayúsculo, partes apenas de aquellos seres extraídos como de un mundo onírico, que rememoran un poema de Antonio Colinas:

"Veo entre los ciruelos los centauros

Yen las torres enanos de ojos verdes.

De tiziano y de Rubens los colores,

De esta ciudad: el oro de los muros,

El fuego azul del campanil, las rosas".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La psique sobre el lienzo

 

 

En medio de la vorágine costumbrista que revela a propios y extraños un mundo que antecede en tiempo y forma al actual, el arte contemporáneo en Oaxaca se erige lenta, pero sólidamente como uno de los pilares que sostiene la cultura en nuestro estado.

Jóvenes artistas pelean desde las trincheras del grabado, la pintura, la escultura, la literatura, la fotografía y las técnicas alternativas, por lograr una nueva generación en el arte contemporáneo; una casta que se sabe en un contexto incierto, donde aún todo está por descubrirse; Andrés Basurto, Demián Flores, Luis Hampshirey Pablo Luzardo dan cuenta de ello.

Tomando ventaja del devaneo cotidiano, Basurto, Flores, Hampshire y Luzardo forman un diálogo sincrético entre el lienzo y su realidad. Cada uno desde su trinchera se vierte y construye una nueva fisonomía, una faz que hoy se trasluce bajo el nombre de El Minotauro y el Laberinto.

“En una aproximación sin complicaciones podría aventurarme a comprar el laberinto y el minotauro con este mundo moderno en el que las posibilidades de encontrar salidas se clausuran día con día, y donde el oxígeno, la libertad, el placer o la felicidad van desapareciendo para ser sustituidos por un aire enrarecido (el mito), la prisión (el laberinto), la impotencia (la oscuridad) y la frustración (la resignación)” apunta Alejandro Ortiz González en el catálogo de la exposición El Minotauro y el Laberinto, que presenta actualmente la Galería Manuel García (Portal Benito Juárez 110, Altos).

El laberinto del ensueño, el territorio de la angustia, el acto antropofágico, el minotauro en una constante búsqueda de la salida, la esperanza que nunca muere o que acaba con la propia vida del minotauro, el espejo de dos caras donde se muestra el mito y la otra donde se muestra el mismo hombre contemporáneo inmerso en su propia vida laberíntica, donde el recorrido no tiene garantías, donde sólo so a ubicar al arte contemporáneo en un continuo vaciamiento de la psique.

 

Paulina I. VALENCIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Historias de Animales

Carlos Aranda Márquez

 

 

 

 

 

Una nube amenazadora preludia una tormenta sobre elpaisaje marino pero un elefante avanza confiado haciaalta mar. Sobre un futbolito playero, unos buitresestán posados y juegan al parecer. Una mula patea elvacío. Los perros se buscan al igual que unos torosdan vueltas en un ruedo. Unos caballos salvajesobservan la tormenta que se avecina. Un gallito nosconfirma el refrán que reza: “el que es gallo dondequiera canta...” Pablo Luzardo decide devolvernos a unmundo nuevo que curiosamente siempre estuvo ahí peroque la vida moderna lo ha relegado al zoológico, alprograma de difusión seudocientífica y en algunoscasos, a libros infantiles. El artista recupera eluniverso animal con toda su fuerza.

Desde los griegos hasta Augusto Monterroso, losanimales han servido para encarnar dioses en formasantropométricas, han sido las personificaciones dedefectos y cualidades humanas en el campo de la fábulay en algunos países de Oriente, son absolutamente eleje motor del equilibrio del universo.

Así lo entiende Pablo Luzardo al titular su exposiciónZoolatría, es decir, la adoración de los animales encuánto divinidad. Las tres grandes religionesmonoteístas rechazan esta posibilidad pero susparábolas y enseñanzas están llenas de historias deanimales como el arca de Noé, con una protagonistaanimal: la paloma de la paz, o las prohibicionesseveras para no ingerir ciertos tipos de animales.Julian Barnes puebla todas sus novelas cuyosprotagonistas o antagonistas principales son animales,incluyendo su maravillosa La historia del mundo endiez y media lecciones, y entonces podremos entendercuán central es el papel de los animales en la vida delos seres humanos.

Podemos dividir la muestra en tres grandes núcleostemáticos: el mundo marino, los mamíferos en estadolibre y aquellos que comparten su vida cotidiana connosotros. Aunque hay animales inclasificables como eldragón o el perro rojo que entra feliz en escena,debemos recordar lo que alguna vez escribióAristóteles del poeta, que su misión no consiste endescribir las cosas como son, sino cómo le gustaríaque fuesen.

Su pintura intenta un equilibrio muy difícil entre eldinamismo o apacibilidad de las acciones y el sujetoprotagónico. Como un estudiante secreto que guarda susestampas o motivos, estas pinturas muestran un elencode aves, moluscos, mamíferos pero también las fuerzasde la naturaleza en pleno. Como un camarógrafo dedocumentales, Luzardo los retrata desde puntos devista panorámicos hasta los grandes close ups.

Zoolatría es un esfuerzo para hacernos ver a losanimales, como seres dignos y no como personajesachatados por el cine de Hollywood, de ahí que lamayoría de las obras parecen estar enmarcadas pordramas interiores a los cuales no tenemos acceso.

Pablo Luzardo continúa sus investigaciones pictóricascon un tema discreto que puede ofrecer una vasta gamade posibilidades y que el artista aprovecha paraindagar sobre los por qués de la pintura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El panteísmo de Pablo Luzardo

Antonio Calera Grobet

 

 

 

 

 

 

 

 

"¡Que un perro vagabundo te guíe siempre!" 

 

Elvia Navarro Jurado, Templo

Como si se tratase de un creador a lo oriental, la contemplación de natura constituye uno de los rasgos fundamentales de la mirada de Pablo Luzardo quien, frente a su majestuosidad, no puede más que caer en la pregunta, el enigma, el asombro frente al milagro de aquello que, fuera de todo lo convencional, pareciera pertenecernos más profundamente que cualesquiera productos de la civilización tan nuestra. Eso que por ejemplo amaba Whitman y que podría provocar la amnistía del mundo:("No sé lo que es, no tiene nombre, es una palabra no dicha, no está en ningún diccionario, lenguaje, símbolo. Algo gira más que la tierra en que yo giro,Para ello la creación es el amigo cuyo abrazo me despierta." Canto de mí mismo)

eso que en Neruda conformaba la materia para un Canto General y para los románticos y surrealistas significó un elemento para la comprobación de la existencia divina en relación con los hombres, halla aquí un eco destinado a "decir" sobre el mundo animal. Del panteísmo a la zoolatría y de ahí a su resignificación por medio del artificio: ese es el camino intelectual de Luzardo. Pareciera, para ganancia de la ética, que para el pintor -como sucedió en los niveles más primitivos de la representación, en aquel tiempo del nacimiento incierto del lenguaje-, tan sólo comenzar a trazar las líneas del animal significa evocarlo, aparecerlo en el estudio, dialogar cuerpo a cuerpo con su realidad de bulto: ahí trina el ave, los caballos relinchan libres en el potrero del lienzo, muge un par de toros, el perro se echa junto al mueble de los pinceles y los tubos de óleo: en ese momento de hacer su pintura no existe -pareciera para ganancia también del observador-, alguna distancia separatista entre ella y su referente real. Situado del otro lado de los homenajes deshidratados que brindan al mundo las naturalezas muertas, en la zoolatría de Luzardo los animales -formas significantes, imágenes simbólicas-, se superponen unos a otros no como una panoplia de cuerpos, no como aquel totemismo que daba memoria a los animales que fueron nuestros antepasados, sino como una cadena de seres atrapados en el cenit de su trayecto, seres vivos por lo pronto: he ahí el dolor que subyace en la temática de Luzardo, el dedo indicador de una realidad suspendida a la manera de un diorama. A sabiendas del inevitable suceder del "tiempo de la flecha"; de las consecuencias de haber pasado -pisado- sobre el planeta, hay en el entorno de su pintura un elemento que lo desvincula de la ingenuidad optimista: ¿qué significa el artista en esa bruma que rodea sus paisajes? ¿qué en esa atmósfera enrarecida que enmarca sus estampas? Burbujas de pintura, chorreados de oscuridad por la posible pérdida irreparable: es en esa zona en que se agita más fuertemente el mensaje del autor, y donde quizá es posible engarzarse al pensamiento contenido en un verso del poeta Eduardo Milán: es es imposible hablar del cardenal sin mancharse las manos de cardenal.Animales rotundos, puros, que abren en el pecho el espacio para una zoolatría amorosa, un lugar para la mistificación de aquellos cuerpos por contener la reverberación del mito, y que abren también el espacio para levantar el paroxismo de una duda mayor: el camino

 

Zoolatría

Jorge Pech Casanova

 

 

 

En una época en que el ser humano se conduce con yna bestialidad incomprensible, los excelentes animales de Pablo Luzardo (ciudad de México, 1969) invitan a revalorar un motivo clásico de la pintura: esa naturaleza viva que fue base de la pintura figurativa y que no deja de estar presente inclusive en los informalistas extremos.

Si a partir de la obra de Willem de Kooning, Jonathan Lasker puede hallar la prueba de que la belleza está expuesta a los arrollamientos carreteros (pues de los manchones de ese artista surgen reminiscencias de pequeños animales aplastados sobre la carretera), a partir de la obra de Luzardo podemos presumir que no todo está perdido para la belleza en el terreno de la pintura. Contra el manchón indefinido, el trazo definitorio y el color atinadamente compuesto imponen su solvencia.

Luzardo pinta con fidelidad casi preciosista a sus animales, pero no olvida investirlos de una irónica presencia en sus lienzos de atmósfera irreal. Lo que está a la vista en sus cuadros no es la simple reproducción naturalista- y manierista-, sino un sagaz motivo para retrotraer la confianza en la capacidad de la pintura para presentar elementos del mundo como entidades autónomas que nos sugieren nostalgias de infinito.

Solitarios con prestancia, los perros, elefantes, pulpos, medusas y otros seres que Luzardo retrata son acaso el pretexto para que el pintor ejerza la soberanía de su oficio sin atender a consignas de modernidad, compromiso político o inclusive ecolóligo - en una época en que el arte suele enfrascarse en mostrar posturas "más allá de lo evidente" (como pediría un personaje de dibujos animados más bien faltos de heroísmo). ¿El riesgo de esta pintura no es el de perder la buena factura por cierto, sino el de regodearse en la mera destreza del dibujante y en despojar de vida aquello que pretende animar sobre la matera inerte. Por lo pronto esta adoración luzardiana por las figuras animales tiene poco de insania - a pesar del excesivo título- y mucho de irónica fascinación por las viejas enseñanzas de los maestros píntores, esas enseñanzas que nunca está de más traer a cuento.

PANTEISMO
zoolatria
Formas

Formas en busca de un descubridor

 

Jorge Pech Casanova 

 

 

 

 

Casi todo cuadro comienza como una nebulosa de posibilidades que luchan entre sí por realizarse. Generalmente una de ellas se alza por encima de las otras, las conquista y destierra finalmente del preciso territorio del lienzo. Este proceso suele definir los contenidos de una obra específica, que obtiene su particularidad precisamente de una operación que elimina tanto dubitaciones como transformaciones en el soporte de la pintura.Los expresivos lienzos de Pablo Luzardo (ciudad de México, 1969) eluden con audacia esa tajante eliminación de posibilidades. Engañosamente unívocas, las formas que el artista elige detallar sobre la superficie pintada contraponen su voluntad de prevalecer y llegan a un acuerdo de convivencia contradictoria, para intrigar y cautivar al espectador.¿Qué hay en un cuadro de Luzardo? A primera vista, aisladas figuras contundentes, aunque ocupen un mínima espacio dentro del amplio entorno del lienzo, pero siempre delineadas y pormenorizadas con vehemencia, como conviene a su papel protagónico. Criaturas fantásticas o triviales, dragones, sirenas, medusas, perros, cetáceos, toros, pulpos y caballos, modestas secretarias y dementes engendradores de fábulas, bañeras y muros deleznables, los sujetos y objetos que Luzardo traza con categóricos rasgos constituyen sólo una parte de su exquisito montaje metamórfico.Para comprender a fondo lo que este artista exigente plantea en sus obras, hay que demorarse en el examen apasionado de sus amplias zonas informes. De ese recorrido por su paciente configuración de incertidumbres surge la terminante certeza de su oficio esmerado.Rodeando a sus figuras reconocibles, enfrentándose con ellas, lo que el pintor apenas sugiere con caprichosas pinceladas y que en ocasiones abarca sectores superlativos en la obra, no es menor en importancia. Del fondo abisal del inconsciente, esa especie de niebla, nube de tinta o marejada se desplaza por todo el espacio visible e inunda nuestra experiencia con un discurso tan vehemente –o inclusive más elocuente– que el de los aparentes protagonistas del montaje iconográfico.Podría pensarse que Luzardo es un pintor ecologista o un entusiasta de la fauna; sin embargo, tal concepción limita su propuesta; mediante las figuras animales y humanas, el artista explora perspectivas, despliega estrategias compositivas, pugna por instaurar sus preocupaciones estéticas y estilísticas en el riesgoso campo de batalla que es la tela. Espacio de conflicto, el lienzo le proporciona la ocasión de mediar entre la realidad y la representación, con lo cual restaura el equilibrio mediante algunos comedidos trazos y muchos más organizados en meticulosa confusión para preservar el asombro dentro de la pieza concluida.El observador podrá al inicio complacerse en haber descifrado sin demora el enigma del arte de Luzardo. Pero su propia observación triunfante lo conducirá a conclusiones perturbadoras luego de un examen detenido: ¿realmente concluye la obra en unos cuantos detalles delimitados por el hábito de figuración, o más bien la figura familiar es el punto de partida hacia el surgimiento de inesperadas combinaciones de formas en busca de un descubridor?Aunque surge de un entorno abusivamente mixtificado, la expresión pictórica de Luzardo elude falsificaciones y sueños inanes. Se instala en su propio dominio imaginativo para alentar con autonomía. Contemplado en Oaxaca la mísera, en México la infernal, en Madrid la victimada, o en Tokio la impredecible, un cuadro de este artista mantendrá su fusión de posibilidades, para perplejidad y fascinación del ser humano que lo confronte.Pablo Luzardo establece con elegancia, con destreza, un juego de tensiones entre lo que explicita y lo que apenas sugiere con nebulosidades. Ya sea que retrate personas, animales u objetos, no se limita a registrar la imagen convencional. Parte del realismo para constituir un contexto autónomo en el cual las figuras anuncien su inminente metamorfosis. La esplendidez de su paleta se corresponde con la sobriedad de su poética para entregarnos una realidad aparte, empecinada en subsistir contra las expectativas triviales y los marasmos iconográficos al uso.

 

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